sábado, 23 de octubre de 2010

El origen de la comunicación: La creatividad del hombre colectivo.

La historia de la comunicación y el cambio climático están íntimamente relacionados; y es que fue un volcán el que le dio el empujón al hombre para que buscara nuevas formas de vivir, y, a su vez, de comunicarse. 200.000 años atrás, gracias al desarrollo del cerebro, el homo erectus ya se comunicaba, si bien es cierto que no usaba el lenguaje hablado.

La erupción de un volcán en Indonesia, hace 74.000 años, obligaría a los más creativos e inteligentes de la especie homo sapiens a sobrevivir a un cambio devastador en el clima de la Tierra, tanto que Europa y parte de China se volvieron inhabitables. La temperatura descendió enormemente, hasta originar una glaciación. Esto redujo la población mundial en unos miles, lo que podría haber conllevado la extinción del homo sapiens. A pesar de ello, conllevó una dramática adaptación que haría que el hombre comenzara a utilizar la imaginación, a querer comprender su entorno. La “aparición” del pensamiento, de la conciencia, fue la antesala, la denominada función modeladora, a la función de comunicación que adquiriría el lenguaje posteriormente, con la necesidad de transmitir sus conocimientos para enfrentarse a un hábitat hostil; lo cual llegaría únicamente con el homo sapiens, ayudado por su esqueleto, que se iba modificando en pos del lenguaje articulado. Así, sólo en esta rama de homínidos se encuentra la spina mentalis, una osificación alojada en el mentón y desde donde se colocan dos músculos encargados del movimiento de la lengua; es decir, la confección de una compleja coordinación corporal que depara en el aparato fonador.

La inteligencia y la comunicación van a ser las garras y la rapidez no adquiridas en su evolución; van a ser sus armas para dominar el entorno.
Cuando abandona la simple actividad de recolectar vegetales, y se lanza a la caza cooperativa, se desentrama la adquisición de conocimiento y, para que ésta funcione, ha de hacerse desde una profunda observación y con mejores herramientas; ha de hacerse con inteligencia.
Para que las nuevas generaciones no empiecen de cero, y para el asentamiento “económico” (en cuanto a abastecimiento), el grupo desempeña tareas dividiéndolas (caza cooperativa), y todos aprenden. Transmiten lo que van apreciando, lo que saben; se desata el proceso de comunicación.
Comunican igualmente su visión del mundo mediante la imaginación, plasmándola en pinturas que poco a poco evolucionan desde la más rudimentaria forma de hacerlas – pinturas abstractas –, hasta lograr un gran detalle en ellas. Asimismo, en esa concepción del mundo caben las explicaciones sobrenaturales que aplican a una naturaleza que no controla enteramente.

Con aquel nuevo clima que se genera y que ya hemos comentado, mucho más húmedo, se extinguen las grandes especies de animales y se desarrollan praderas y bosques. El progreso social se sucede cuando el hombre crea la agricultura y comienza a domesticar animales; se divide el trabajo y esto dispara las diferencias sociales. Se liberan manos por el excedente que se genera, y las tareas no son hechas por igualdad, sino que se distinguen y se especializan. El trabajo del hombre adquiere valor. Ésta es la revolución neolítica, en la que ya no es necesario que, tras ganar a una tribu rival, se la extermine; por el contrario, sus miembros son convertidos en trabajadores, en esclavos.
La aparición de aquellos que “administraban” la propiedad de la tribu, debido a la distribución de tareas – en este caso, ya no materiales –, contrae sutilmente responsabilidades y cierta superioridad con respecto a los demás, por ser quienes realizan intercambios con otras tribus. Poco a poco, este papel se convierte en hereditario y de ello se deriva la propiedad privada, pues las familias que administran la propiedad común la hacen suya.

Hay que referirse, además, al hecho que supone el cambio de intereses comunes en las tribus. De ahí nace la separación entre comunicación e información, antes ligadas, hasta proporcionarles valor, antes sólo de uso, para adquirir el de cambio. Esto produciría la necesidad de saber la parentela para la propagación de conocimiento de forma descendente, la progenie, puesto que los hombres no reconocían a sus hijos; a partir de este momento, el padre es más importante en cuanto a que será quien enseñe a sus hijos su función en la tribu.

La tradición oral seguiría vigente hasta nuestros días, ya que la escrita, el siguiente peldaño, reafirmaría la división de clases y estaría sujeta a nuevas necesidades, los económicos. La oral, sin embargo, es la forma más cercana que tenemos de presenciar la colectividad de hace millones de años.


Fuentes: "Historia de la Comunicación social", Bordería, E. y otros.
Documental "El origen del hombre", National Geographic.